Cimientos pantanosos y futuros en fuga

6 de marzo de 2022

 

«El dolor enseña a las mentes más firmes a vacilar».
 Sófocles, Antígona

 

 

 

Antígona frente a las leyes

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Escucho los ventiladores de la computadora mientras miro la página en word, blanca, impoluta; el cursor parpadea esperando un comando, una tecla, una señal. Pasa un minuto, dos, afuera hay un silencio ominoso, como si todo estuviera volviendo a comenzar. 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las imágenes de lo acontecido el 5 de marzo en el Estadio Corregidora en Querétaro me mantienen con un nudo en el estómago y las mandíbulas apretadas y otra vez me digo el lenguaje colapsa y el sentido naufraga buscando un pedazo de tierra firme en medio de este lodazal y horror; pero no hay, todo es un pantano lleno de los cuerpos rotos por años, jirones de ropa, huesos hundidos en la orfandad, sobre los que hemos pretendido construir un presente y levantar un mañana en la normalidad. Una falsa normalidad en la que se guarda silencio frente a lo atroz o se acude a la indignación episódica. Salvo para las víctimas de esta guerra, que ya nos descompuso el país y el corazón y para algunos pocos aliados, la memoria es débil y la indignación escasa.

 

 

 

 

 

 

 

 

Pero lo sucedido en el estadio es otra frontera atravesada, otro límite, otra escala, porque sucede a la vista de todos, con transmisión televisiva y cientos de celulares registrando el horror, el país es testigo. Eso cambia la perspectiva porque desvanece la frágil seguridad con la que se atraviesan puentes a oscuras, calles desiertas, carreteras despobladas ¡Si hubiera habido luz! ¡Si hubiera habido policías! ¡Si hubiera habido testigos! Nada hubiera pasado, tal vez mi hija se hubiera salvado, mi esposo habría llegado a casa, mi niño no hubiera desaparecido. Pero no, el flagrante se produce con luz, frente a policías que no intervienen y fuerzas de protección que facilitan el camino al comando que ataca con saña y hay miles de testigos.

 

Pese a la complejidad (y brutalidad) de un hecho sobre el que es difícil producir respuestas acabadas, diagnósticos absolutos, alcanzo a balbucear tres asuntos.
 

 

1)    La violencia expresiva con la que ataca este comando, indica que buscaban ser visibles, hacer mucho daño, infundir miedo, mandar un mensaje (¿a quiénes?). Más allá de la rivalidad entre barras y lo que sabemos en torno a las prácticas violentas que han sido documentadas por diferentes estudiosos del fenómeno, aquí la violencia excesiva a plena luz señala que pese a hacerse visibles, se sienten protegidos por un manto de impunidad.
 
 
2)    El uso político del ataque por los diferentes grupos en pugna ratifica el terrible vacío de poder en el que se encuentra el país. Es penoso e indignante constatar que frente a una catástrofe de este calibre los actores políticos sean incapaces de expresiones de solidaridad, de empatía, de respeto y prefieran lanzarse -al igual que ocurrió con el fusilamiento de un número no determinado de personas en San José de Gracia, Michoacán- a elaborar teorías conspiratorias, a señalar culpables, a lavarle la cara a su actor favorito. Mientras, esta guerra sigue, avanza y sigue engullendo personas a su paso.

 

 

3)    La noche del 5 de marzo, frente a la devastación que me produjo la noticia y las imágenes, escribí en mi TL: “Violencias incontenibles…este país se precipita hacia el abismo…la impunidad sopla al oído de los perpetradores en todos los niveles: tú puedes, no pasa nada”. Estoy convencida en que el gran problema que ha convertido a las violencias en una metástasis que contamina todo, es la impunidad. Si frente a los hechos del estadio Corregidora, no se sienta un precedente fundamental, incontestable, habremos de cruzar más fronteras y recorrer aún más los límites de lo intolerable y nos seguiremos hundiendo en el pantano.
 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mi solidaridad con las víctimas, nadie debió haber experimentado ese horror y mi exigencia a las autoridades para que hagan su trabajo.
 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nota: Llamo violencia expresiva a la que no persigue un fin sino que busca mostrar las huellas de su poder total.

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Nómadas, el horror

18 de septiembre de 2018


Cuando era muy joven viajaba mucho en camión, entre Guadalajara, Ciudad de México, Villahermosa y Tapachula; mi mamá me mandaba con toda tranquilidad a visitar a mi hermana mayor, a mis 16, 17, 18, sin ningún tipo de temor: una torta, calcetines y cobijita tejida por ella, para el frío, eran sus únicas preocupaciones; ni a ella, ni a mí y mucho menos a mi padre, le preocupaba mi seguridad: los autobuses no chocaban, nadie se subía a asaltarlos, las mujeres no desaparecían y, a mí me gustaba y me sigue gustando viajar en autobús, es una manera de mirar el paisaje arrullada por el ruido de un motor lejano y una velocidad que te permite captar lo que va pasando. 

Una de mis diversiones mayores en esos viajes de juventud (que repetí a los 19 en Centro y Sudamérica, cuando fui encontrando a este nagual latinoamericano que no me suelta y me enamora cada día más), era mirar las casitas, las luces encendidas de los pueblos o pueblitos por los que pasaba el autobús.

Entonces me gustaba imaginar la historia de las personas que vivían en esa casa, en ese ranchito a medio construir, en esa casota con portón impenetrable y así me iba quedando dormida hasta que la entrada a un nuevo pueblo o ciudad, volvía a despertar mi imaginación: en ese cuarto una niña duerme con un conejo de peluche que recibió de regalo en su fiesta de cumpleaños; en la cocina de esa casa, una señora llora la muerte de su gatita que vivió en esa casa 20 años y así iba yo tejiendo historias para aligerarme el camino y porque me gustaba y me sigue pareciendo un desafío mirar los espacios y observar el tiempo para ver que historias es posible tejer.
Hoy, el sonido del motor que hasta hace unos días me parecía entrañable por su capacidad de conectarme con una memoria de tiempos en los que la imaginación era un ejercicio hermoso, simpático, retador, se ha convertido en un sonsonete cargado de sangre.

Pero llegó el “tiempo malo” –nunca podré encontrar mejor formulación que esta expresión que me dijo una madre en Ciudad Juárez, después de la masacre de Salvarcar-, ese “tiempo malo” que nos arrebató de cuajo cabezas, piernas, brazos hasta que el corazón se nos paralizó de tanta maldad y nos fuimos haciendo chiquititos y muy hechos a la normalidad de tanta sangre, de tanta moridera, de tanta metralla y pedazos de cuerpos que nos iban aventando un día sí y otro también, para que supiéramos de quién era la plaza. En la casita de mi imaginación viajera, donde niña pequeña duerme con conejito de peluche, hoy quedan restos de sangre coagulada y un informe objeto de peluche yace boca abajo como para no ver la catástrofe.
El “tiempo malo” fue a empeorar y hoy, muy lejos de aquellos barrios del norte donde fueron ejecutados 15, 16, 17 jovencitos, o en esa otra ciudad del norte, donde amiguitos de doce años jugaron al secuestro y asesinaron a su vecinito de 6 años, hoy, es decir ayer, antes de ayer, apenas nos enteramos de que un tráiler fantasma viaja por la ciudad con 157 cuerpos de personas fallecidas por esta violencia brutal que ya nos ha quitado tantos jóvenes y risas, hermanas y alegrías, hijas y sueños y así se puede ir sumando todo lo que hemos ido poniendo en esta ruleta que nosotros, en serio, no empezamos. Y el horror no da tregua y nos dicen que hay otro tráiler con más “carne muerta humana”, como la llama sin atisbo de molestia un secretario de salud, es igualmente molesta que la carne muerta animal y puede generar riesgos sanitarios. 

No es un solo tráiler, son dos y no son 157 cuerpos son más
, nos dice el que fuera encargado del cuidado e investigación forense de un estado, de una ciudad, donde ya no nos caben los muertos de la violencia y por eso las autoridades los llevan de un lado a otro, abandonan su cementerio en una colonia, se disculpan, los llevan a otro lugar. El rrrrrrrr de mi imaginación juvenil es una pesadilla, observo las fotos de los trailers que cargan personas que hoy son “carne muerta humana” y se me va el aliento. No logro entender qué le pasó a este país, a esta ciudad, a esta sociedad, donde la violencia se convirtió en un accidente natural y las personas, derivaron en cuerpos, carne muerta itinerante.
Quiero pero no logro imaginar al conductor o conductores de esta carga siniestra, quiero hacer un esfuerzo por recordar lo que imaginaba al ver casitas, entradas, portones y entender que esas personas en esas casitas, entradas, portones, quisieran quemar el tráiler fantasma: borrar, hacer arder lo que hemos hecho como sociedad al límite ya del abismo; no puedo. 

Mi imaginación política me lleva a la sala de mi casa, es diciembre de 2
016, hemos pactado un encuentro con los padres de Ayotzinapa, los normalistas de Atequiza, la abuela de la Plaza de Mayo, Estela Carlotto, el Juez Saffaroni, las madres de Por Amor a Ellxs y claro, nosotros, ese colectivo invisible que gravita y opera en mis días. Madres y Padres de Ayotzi quedan atrapados en la locura de la Fil, pero los normalistas llegan y las madres también y el diálogo fluye y la indignación también. Hablamos, compartimos, pensamos cómo interceptar ese discurso de los derechos humanos, pero sobre todo, me quedo con la imagen de Carlotto subiendo a un vehículo que no hace ruido y a los chavos de Atequiza, presurosos por volver a la carretera, tenían miedo, me dijeron de no volver a aparecer.
Un tráiler o dos tráilers que hacen ruido pero que nadie ve hasta que apestan, 157 historias congeladas, 244, 400, la reducción numérica a una ficha. Necropolítica sin duda, ese poder de hacer morir y hacer que ese morir no importe.
Los cuerpos de esas personas que tuvieron historias, amores, madres, amigos, serán los nuevos nómadas en estas sociedades que no hemos sabido cuidar
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#NoAlSilencio

29 de mayo de 2017

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En el país de no pasa nada nos está pasando todo a todxs




Mataron a Javier Valdez, asesinaron a Miroslava Beach, mataron a Rubén Espinoza pero también se llevaron a Miriam, también sigue desaparecido Salvador Adame; y antes que a ellos a muchas personas más: Hoy nos duelen los más conocidos, los más queridos. Pero antes hubo más. El luto, siempre precedido por la bala, la tortura, el secuestro o el "daño colateral" hizo nido en muchas familias. Básicamente se quedó a reposar de su vuelo funesto en nuestro país. Hoy la tinta encargada de contarnos las historias de valor, enojo, orgullo, también las tragedias, se transforma en el rojo de una guerra mal planeada, peor ejecutada. En el país de no pasa nada nos está pasando todo a todxs. El gremio periodístico está bajo asedio. A la verdad debemos contarla. Y, como ya se ha dicho, no se le mata matando periodistas. Esa, la verdad, estará ahí, ahí para ser sacada a la luz aunque permanezca muchos años secuestrada. Es responsabilidad del estado garantizar el trabajo de los periodistas. Que las audiencias sean informadas es un derecho. La libertad de expresión es parte fundamental de una democracia en construcción. Y todo ello, se circunscribe a otro derecho de mayor envergadura, el derecho a la vida. Nuestro trabajo, es una labor por la vida, la dignidad y la justicia.

Exigimos el esclarecimiento de los asesinatos en contra del gremio periodístico. Exigimos castigo a los responsables. Este martes 30 de mayo en un aniversario más del asesinato de Manuel Buendía, nos reuniremos a las 17:00 horas en el Ángel de la Independencia para transformar en luz el dolor. Hacemos un llamado al Estado mexicano en su conjunto y decimos #BastaYa.

Nuestro trabajo es develar lo podrido, lo oculto, lo no transparente, lo poco claro, las entrañas del poder.



Nuestro trabajo es crear los puentes para el escrutinio minucioso. El ojo atento que, informado, pueda hacer una mejor disertación en el concierto democrático. Sólo así seremos otro país, ni un minuto de silencio más. #NiUnoMás #NoAlMiedo #NoAlSilencio


Alejandro Meléndez, Fotoreportero Mx
Mónica Gónzalez, Fotoreportero Mx
Lucía Vergara, Fotoreportero Mx
Mardonio Carballo, Periodista
Sugeyry Romina Gandara, Periodista
Dalia Souza, Periodista
Daniela Pastrana, Periodistas de a Pie
Darwin Franco, Periodista.
Aleida Calleja, OBSERVACOM
Gabriela Granados, corresponsal
Neftali Granados
Alejandro Solalinde
Jorge Meléndez, Periodista
Temoris Grecko, Periodista
Jenaro Villamil, Periodista
Javier Sicilia, Poeta
Julio Hernández “Astillero”, Periodista
Cesar Ruiz Galicia, Periodista
Natalia Cano, Periodista
Alejandro Páez Varela, Periodista
Daniel Giménez Cacho, Actor
Christian Palma, Derecho a Informar
Epigmenio Ibarra
Rossana Reguillo, Académica y periodista
Marcela Turati, Periodista.
Alejandro Almazán, Periodista
Mario Marlo, Periodista
Almudena Barragán, Periodista
Ernesto Ledesma, Periodista.
Daniela Rea, Periodista.
Alejandra Moreno Toscano / historiadora
Lucina Jiménez / antropóloga
José Manuel Valenzuela / sociólogo
Kyzza Terrazas / cineasta
Karina Gidi / actriz
Leticia Huijara / actriz
Adrián Pastrana / cineasta
Christopher Lagunes Villavicencio Productor.
Pedro González Castillo
Marina Stavenhagen. Guionista y productora.
Delia Castro / AMACC
Pablo Rovito / cineasta
Everardo González/ cineasta
Claudia Del Castillo / Cineasta
Norma Munguía / actriz
Arcelia Ramírez / actriz
Andrea Stavenhagen / cineasta
Mónica Lozano / productora de cine
Luis Albores / productor
Inna Payán / Productora
Roberto Sosa Martínez/ actor
Óscar Ramos / productor
Verónica Langer / actriz


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La historia de Ye

22 de mayo de 2017


A la memoria de Tabata, maestra de maestras



Al contarles esta historia, no hago sino contarles mi propia historia, mis afanes, mis apuestas  y las de mi familia, mis humanos favoritos.



Ye, es el nombre que le dimos a una bella perrita adolescente que llego a nuestras vidas de maneras extrañas, como cuando el destino, la vida, los astros, la energía o las casualidades te ponen frente a una situación irrenunciable. Ye, apareció un día, junto con su madre, una perraza de ojos amarillos, su hermana X, y seis adorables cachorros casi recién paridos por la mami de Ye, en uno de esos sitios en los que todavía es posible creer en la geografía mexicana y algún futuro imaginable, pese a tanta devastación y violencia.


Llegaron juntas, una manada ruidosa, intensa y llena de vida pero tan flaca que cada dos sumaban uno y uno apenas se perfilaba contra las sombras de los árboles, gigantes jacarandas que custodian el lago de Chapala y en esta época del año, van dejando alfombras moradas en las que Ye, sus hermanos y su madre, se revolcaban en éxtasis. Con éxtasis Ye, devoraba la comida que poco a poco, fue llegando sin faltar, cada día, dos veces, sin faltar una. No es que fuera fácil, porque me olvidaba contarles que nuestra propia manada, la que comparte nuestros días y nuestras noches, nuestras risas y nuestros llantos y come y descome en proporciones apocalípticas está formada por 5 hermosísimos perros, tres hembras hermosas como tarde de lluvia en el verano y dos machos, tan querendones como una sobada con vaporub de abuelita en pleno invierno. 
A las alturas de eso que que los campesinos llaman la “canícula”, ese periodo del año que ya viene anunciando los calores y las lluvias, ya nuestra manada sumaba 13 platos y vacunas, y varios kilómetros de idas y venidas, de consultas y conversas con el que voy a llamar “Súper Pedro”, ese veterinario que hace de su chamba y de su profesión un testimonio cotidiano.
Con trece perritos la vida puede complicarse pese a que cinco de ellos, son mejores personas y más generosos que esta clase política que infecta el escenario mexicano, no, la comparación es injusta para estos perros que no saben robar, mentir, apoderarse de lo que no es suyo. 

Había que tomar decisiones, urgentes, claves y siempre a favor de la madre, a la que llamamos Pola y sus hijitos, los pequeños y las dos rebeldes adolescentes, X y Y, los nombres en su momento nos parecieron geniales, porque la idea era ganar su confianza, al fin perras silvestres, para encontrarles un hogar o cobijarlas bajo el nuestro, de manera definitiva, en eso estábamos. 


 A los cachorros, con todos los cuidados que marcan los protocolos veterinarios, les fue encontrado hogar, maravilloso, de humanos responsables y cercanos. La nena de la camada, que hoy se llama Liza, sufrió tremenda avería y está a punto de perder su patita trasera, pero es tan feliz como los cinco que ponen de cabeza mi  vida y casi un retrato hablado de Ye, su hermana mayor. 

Resuelta la urgencia de darle casa y futuro a los más vulnerables, empezó el proceso de antender a Y, a X y a su mami, Pola. Después de varias aventuras complicadas, en las que Súper Pedro fue protagonista central, las tres lograron ser esterilizadas, vacunadas y estaban ya listas para una vida hermosa, con nosotros si acaso no era posible conseguirles hogar. En esto estábamos.



De Ye, me sorprendía su carácter inquieto y la capacidad de mover las orejas según subía o bajaba el  tono de la voz, encabezaba las excursiones en ese barrio tan lleno de maleza, árboles y sorpresa, era feliz. Había engordado lo suficiente para parecer una perra “de familia”, igual que X, que ya no saltaba de gusto ante el plato de croquetas y pollo, ligeramente más cuidadosa.

Pero Ye, murió hoy o ayer, llegamos tarde, murió de manera terrible, dolorosa, a pleno rayo de sol. Una persona, varias personas, o mejor, alguien que no califica como persona decidió envenenar a Pola, la madre, a X y a Ye. Con las vísceras estalladas, en una muerte tan lenta y terrible que no se puede imaginar,  Ye quedó tendida al sol, su cuerpo en fragmentos irreconocibles. X pudo ser rescatada, pero viajó de Chapala a Guadalajara en medio de dolores y se debate entre la vida y la muerte: Brometalina, me dice “Súper Pedro” y leo en google el efecto de este raticida. Pola, fue lista, confia ya suficientemente en nosotros y no comió del plato envenenado.

Ye, es la condensación de esta historia cuesta abajo de esta deshumanización y brutalidad que es capaz de causar tal daño a un ser indefenso.
Ye, es la hermanita mayor de Liza que en dos días perderá su pata trasera por amputación, porque no hay modo de salvarla.
Ye, es la perrita que nos enamoró y que mi hija logró encontrar reventada al sol, cuando era su compañera de caminatas matutinas y de atardeceres.

La historia de Ye, es en realidad la historia mía, la que me esfuerzo por contar, por descifrar y hacer inteligible cuándo tocamos fondo, cuándo fuimos capaces de cruzar esta línea de terror y violencia.

X se debate ahora entre la vida la y la muerte, la encontramos a tiempo. ¿Sabían que cuando envenenan a un animalito, sus cuerdas vocales dejan de vibrar? No hay modo de que pidan ayuda. La muerte de un perrito envenenado, Ye, toma alrededor de 4 horas de dolores terribles.

 La historia de Ye, es la historia que transcurre al lado de nosotros.

Pero hay un código penal y una ley a la que pienso acudir

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Lectio Brevis ITESO, Agosto 2016

23 de agosto de 2016










Imaginaciones del Porvenir:
México en sus jóvenes






Querido Rector, querida Directora General Académica, queridas y queridos estudiantes, colegas, comunidad itesiana, agradezco profundamente la invitación a compartir con ustedes esta breve lección que como es tradición en todas las universidades jesuitas, marca el comienzo de un nuevo clico escolar.

Arranco con una pequeña reflexión sobre lo que significa un comienzo. Toda apertura representa una oportunidad, un desafío y horizonte abierto a lo “por venir”. Hoy, 23 de Agosto de 2016, nos convoca el comienzo de un nuevo ciclo, un comienzo para muchos de ustedes y un re-comenzar para otras y otros. Dice el diccionario que “comienzo” se define como el “primer momento de la existencia de una cosa” o como el “punto de partida del nacimiento de una cosa”. De estas definiciones quiero retener dos categorías: el tiempo, al que alude el momento y, el espacio, que alude al lugar: Tiempo y lugar, dos  buenas preguntas para pensar, reflexionar y conversar sobre lo que como universitarios nos interpela, nos convoca y anima el caminar con el que cada día vamos construyendo las huellas de nuestros deseos, nuestros afanes y las apuestas que nos vuelven personas comprometidas con nuestro tiempo y con el lugar, ese lugar que no es aquel donde nacimos, sino aquel al que hemos escogido pertenecer, ese lugar desde el que miramos y estamos en el mundo.

Mientras yo hablo, asumo casi con certeza que algunos estarán buscando pokemones;
 probablemente alguno, quizás algún Pikachu, esté parado junto a mí, o escondido al lado del Rector. Mapas complejos los que se trazan en este cambio de época, imposibilidad de evadir o ignorar que las prótesis culturales, esos “aparatos” que nos damos para aliarnos o enemistarnos con la naturaleza, son una parte fundamental de todo lo que ya somos. Los datos más recientes y disponibles indican que hoy el 45% de la población mayor de 6 años en este país, es usuaria de internet y que el 74 % de los cibernautas mexicanos tienen menos de 35 años; las transformaciones derivadas de esta aceleración tecnológica impactan a nuestras formas de conocer, de acceder a la información y han modificado radicalmente nuestras relaciones con el mundo
.  
Cuenta la leyenda, la saga o la mitología Pokemón, que Pikachu, parecido a un ratón-conejo amarillo y un ser tierno y entrañable, en su cola tiene la forma de un rayo, si es macho y, si es hembra tiene forma de corazón. Un dato nada desestimable para estos tiempos que corren, que se esmeran por hacer de la diferencia de géneros, una disputa entre la guerra y la paz. Quiero pensar con ustedes, que los Pikachus escondidos en este auditorio, en esta universidad, tienen el corazón y el rayo, como horizonte posible: amor y solidaridad para los otros y, el temblor del trueno frente a la injusticia. Porque a veces salir a la tormenta es inevitable y devenir guerreros por el futuro, es necesario. Y quiero pensar que las y los jugadores y sus pokebolas, esa síntesis de arma, herramienta y  destreza del ojo, de la mano y de la risa, atrapan no al pokemón, sino a su fuerza y sus características: conocimiento, emoción, experiencia y habilidad. 

Y también cuenta la leyenda, que Pikachu, antes fue Riauchu y Pichu, que no tenían los poderes necesarios y se negaban –llorando- a usar la famosa “piedra trueno”, que les permitiría evolucionar. Dicen los antiguos, los que cuentan la historia, que finalmente Pikachu evolucionó, nació, recomenzó después de una estrecha amistad con su entrenador. Una historia que me hace pensar en ustedes, en mí, en nosotros, las y los maestros, cuando asumimos que los que llegamos para un comienzo o un recomienzo, después de caminar la amistad que el conocimiento y las imaginaciones del futuro que se tejen cada día, no seremos ya nunca los mismos. Porque algo que la leyenda no cuenta, es que el entrenador también cambia, mejora, evoluciona y muere un poquito, en cada entrenamiento para preparar la evolución del pokemón. Es a partir de esta metáfora, la del cambio y la búsqueda, que quiero compartir con ustedes algunas reflexiones.


La sociología del trabajo estadounidense, acuñó hace varios años una noción-categoría o prótesis del pensamiento para definir y nombrar –nombrar, es hacer existir-, lo que millones de jóvenes en condiciones de precariedad, enfrentan  al aproximarse al mercado laboral, en este contexto de capitalismo predador. Usaron una triple D, que más que una metáfora o una economía del lenguaje, bautiza una realidad que nos sacude, la precariedad como destino para millones de jóvenes en este país y en el mundo. Trabajos triple D: sucio (dirty); peligroso (dangerous), degradante (demeaning). 

Hoy en México, 50% de los 27.9 millones de sus jóvenes, vive en condiciones de pobreza, 70% carece de acceso a la educación superior y 20% no tiene acceso ni a la educación ni a un empleo. Aunado a este panorama de precarización y exclusión hay que señalar con insistencia la espiral de violencias que afecta a los universos juveniles, especialmente a partir de la absurda y fallida “Guerra contra el narco”, declarada por el expresidente Felipe Calderón en 2006, cuyos costos brutales resuenan cada día. 

En la danza inestable y caótica que son las estadísticas oficiales en este país, hay que decir que ningún dato cuadra, que no sabemos con certeza el número de jóvenes que han perdido la vida en este regadero de muerte y de horror en el que se ha convertido gran parte del territorio mexicano. ¿Cuántos son muchos?, veinte mil, como dice ahora un nuevo reporte del INEGI, o casi 40 mil, como reportó el mismo organismo hace tres años. Lo relevante aquí, me parece, es que no son las cifras, ni los números lo que debe encender todas las alertas, sino las historias de vida, las trayectorias estalladas en esta carrera hacia ningún lado. Ejércitos de jóvenes migrantes; de empleados –es un decir-, en las maquilas; soldados en los rangos más bajos en el narco y en el Ejército o la Policía; jóvenes indígenas esclavizados en los cultivos de tomate, cultivos de muerte, en el norte del país. A la triple D de la sociología estadounidense podríamos añadirle una D más: la D de muerte, death, en inglés. 

Pero más que detenerme en el horror, aunque sea inevitable no cerrar los ojos frente a este paisaje desolado, quisiera llamar su atención sobre un dato y mirar desde otra perspectiva (la perspectiva es siempre la construcción de un punto de vista y el punto de vista, es clave para la acción). Si damos como buenas las estadísticas –todas oficiales-, que aquí he mencionado, si 70% de las y los jóvenes en este país no tienen acceso a la educación superior, eso significa que ustedes forman parte de ese 30% que no llamaré “privilegiado”, sino “protagonista”, aunque todo protagonismo, implica siempre el privilegio de decidir actuar desde el lugar que se ocupa.


En el embudo en que se ha convertido el sistema educativo mexicano (muchos entran pocos salen): frente a  los casi 26 millones de estudiantes en primaria en el ciclo 2013-2014, sólo ingresaron al sistema educativo superior 3 millones, cuatrocientos diez y nueve mil, trescientos noventa y un jóvenes. Ser parte del porcentaje con accesos y con horizontes de futuro, no es una suerte, es una enorme responsabilidad, una oportunidad y un desafío. En tal sentido quiero pensar con ustedes en otra posible construcción de una triple D  y que a mi juicio irriga en acción capilar, las venas de esta universidad.

Se trata de las D de Dignidad, Diferencia, Desigualdad. En un país sacudido por la violencia, la pobreza y la impunidad, ese cáncer que carcome el tejido social, con uno de los índices más altos en violación de derechos humanos en el mundo; en un país en el que el que fuera un Comisionado de Seguridad en Michoacán, un estado que nos explotó en la cara, es hoy el titular de la CONADE, que viajó a Brasil, acompañado de su novia, mientras que nuestros deportistas boteaban para costearse viajes y uniformes; en un país en el que una persona, un joven como Joaquín Carabes, egresado del ITESO, puede desaparecer sin dejar rastro y su familia, como la de Moy, ese chofer de Uber  que lleva meses desaparecido, sigue buscando sin perder la esperanza;  en un México en el que una madre, varias madres tienen que arrodillarse ante del Secretario de Gobernación para encontrar a sus hijos, la pregunta inevitable es por la responsabilidad, el papel, el trabajo cotidiano que nos corresponde como universitarios.

La D, de dignidad nos llama a abrazar su sentido etimológico más profundo: dignitas: valioso, el valor de la vida humana, el respeto sin condiciones hacia la otra persona y más aún, hacia la naturaleza. Sí el porvenir será, es decir si seremos capaces de imaginar y traer un futuro, será solamente posible, si hacemos de la dignidad, el respeto de nuestra propia vida, de las otras vidas, de los animales y la naturaleza, un horizonte cotidiano. El agua que baña nuestros mares, el deber que tenemos con las atormentadas cuencas, tan llenas de muerte y de desechos industriales;  la rabia que nos compele a actuar por la indignidad a la que son sometidos esos que llamamos migrantes, no para darles 5 pesos, diez pesos, sino para hacer del saber que juntamos cada día, un instrumento de cambio. Abrazar la dignidad y transformar la rabia y el  dolor, en la alegría de un proyecto permanente que no empieza a la hora con diez minutos, ni al terminar un ensayo, un ejercicio, un reporte. La dignidad es la templanza de quien no cede al chantaje de quienes susurran o gritan que hay vidas desechables. La dignidad, escucha, mira y abraza la vida sin reparos.

La D, de Diferencia, es una batalla permanente por hacer de las y los otros, una pregunta, una sorpresa, una disposición abierta al diálogo, a la aceptación de aquello que siendo diferente, me completa. La noción más equívoca asociada a la diferencia, es “tolerancia”; puesta a circular por los grandes organismos internacionales, parecería que la tolerancia es un valor, el problema es que ella oculta una relación desnivelada de poder; se le asocia al respeto por las ideas y la existencia del otro, pero su raíz etimológica es inequívoca: soportar, aguantar. No hay interculturalidad en la tolerancia: carecer de una reacción alérgica frente a un indígena, un afrodescendiente, un homosexual, un transgénero, un musulmán o un mexicano en el mundo de Trump, no resuelve el problema de la diferencia, lo acentúa, porque sí soporto, cargo, aguanto, lo diferente, no hay aprendizaje, ni contaminación. La diferencia no es un asunto de corrección política, sino un valor profundo, uno que nos lleva a aceptar que nadie, ninguno, está en posición de decretar aquello que debe ser “soportado”. En el paisaje del México contemporáneo, asumir la diferencia es quizás uno de los mayores desafíos que tenemos. 

A lo largo de muchos años de investigación, he llegado a la conclusión de que uno de nuestros grandes problemas es la relación estrecha que guardan la diferencia y la desigualdad. La D, de desigualdad, es el rompecabezas más complejo al que puede enfrentarse una universitaria. ¿Son los indígenas diferentes o desiguales? La diferencia se convierte en este y en otros países en la “razón”, que aunque histórica, suele operar como coartada para banalizar la desigualdad: es tu diferencia la que explica tu pobreza, eres moreno, indígena, mujer, iletrada; es tu diferencia la que explica tu muerte, tu desaparición, tu violación, eres pobre, homosexual, migrante. Y en el extremo más terrible, es tu desigualdad la que explica o termina explicando la diferencia de tu vida que “no importa” en tanto no es igual a la mía. 

Y es aquí donde quisiera remezclar, proponer un mash up, como lo hacen los raperos y el hip hop, géneros que le han venido a enmendar la página al cuaderno de notas dominantes, a la partitura que no vemos porque a través de ella, vemos. La propuesta es sencilla, consiste en aprender a mirar como los jóvenes miran México o mirar al México que somos, a través de sus jóvenes.

No soy una portavoz iluminada o una usurpadora de las voces, que con derecho propio, han inundado este país, esta región, este mundo, con notas disidentes y esperanzadoras. Soy apenas una caja de resonancia, un instrumento. 

¿Qué país se narra, se dibuja a través de los jóvenes?

Los relatos dominantes suelen contar que ellas y ellos son ladys o lords, prepotentes protagonistas de historias en las que la desigualdad marca la pauta, donde no hay espacio para la dignidad y la diferencia suele ser reducida a la marca del coche que atropella una bicicleta; otras narrativas suelen reclamarles por su exceso de hormonas y falta de neuronas ¿Es ese el México de las y los jóvenes en México?

No, la respuesta es contundente. Frente a ese horizonte de desimplicación y prepotencia, hay que trazar otro mapa. El del México digno, un país en el que cada joven suma una diferencia. Ese México que ha visto crecer de manera exponencial los medios libres, esas páginas, blogs, sitios que llegaron para disputar palabra, imagen y representación a quienes por muchos años han ejercido y pretenden seguir ejerciendo el monopolio y el control de aquello que debe ser contado y aquello que debe permanecer oculto, en el silencio. Lo dijo el movimiento #YoSoy132, en 2012: “ahora nosotros damos las noticias”, mientras proyectaban videos en las paredes de Televisa y volaban globos de Cantoya y, han cumplido.

La diversidad imaginada por los jóvenes, se llama hoy FM 4 Paso Libre, esa imaginación de otras formas de entender las fronteras; abrir la vida a los desiguales, cuidar la vida otra, arropar la necesidad y hacerla visible. La rabia digna, esa que sabe reír y hacer de un gesto, un trueno, una explosión, son los muchos de ustedes que bordan con amor el nombre y la historia de una persona desaparecida, un relato que restituye la historia de quienes, en esta ruleta del horror, están en las sombras. He visto entremezclar hilos a los que no distingue un género: nombrar, bordar los muertos en este país dejó de ser una tarea de mujeres que lloran en el zaguán.

Son jóvenes los que trazan los mapas que dibujan el territorio que cada día hay que arrebatar al extractivismo, esas minas a cielo abierto que engullen riquezas y cuerpos; son jóvenes, hoy hábiles fotoperiodistas, los que retratan con sus celulares el tremendo avance de la represión y la violación a los derechos humanos.  Pero son también jóvenes, los que trazan imaginaciones del porvenir: cruzan el aire en piruetas, ganan competencias, hacen música, diseñan aplicaciones, se ejercitan en juicios orales, experimentan en los laboratorios; ahí están y ese es también México, el México que ellas inventan cada día. Inventar, in- venire, hacer venir, esa es la clave y la perspectiva para no sucumbir ante el horror. 

Los veo ahí, donde logro aún imaginar un país. México en sus jóvenes, imaginando y trayendo el porvenir. No tengo tiempo de nombrarles a todos, pero si tengo tiempo para decirles que les tocó difícil. Que las artes del lenguaje, de la técnica, de las matemáticas, de la estética, del derecho, no serán suficientes y que será su voluntad y su  estar y ser con otras y con otros, la medida que mida sus imaginaciones y sus ganas de futuro.

Por tanto, pienso que ser universitario es una opción política, no la que ejercen esos profesionales de la mentira y el deshonor, no la que cubre de vergüenza este país; sino esa política que entendemos como la práctica cotidiana de interrumpir el orden de la dominación y para poder interrumpir ese poder que acumula y destruye, hace falta compromiso y deseo. Comprometerse, es sentir y actuar con otros.

Dijo un pensador llamado Deleuzze que “no deseamos el objeto, sino el paisaje que el objeto, logra proyectar de mi misma”. Es una expresión que me ha perseguido durante varios años, porque me parece que así dicho, el deseo es fundamentalmente una forma de agencia, de volvernos actores de este tiempo  y de este lugar. No soy el objeto que deseo, soy el paisaje que deseo, la proyección de un horizonte posible que el “objeto” construye: el saber como deseo, la emoción, el mapa deseable de un país. Estar en el lugar primero para asistir al lugar del nacimiento de esa cosa. Hoy y aquí, ITESO, 23 de agosto de 2016, en este lugar, en este tiempo clave, intercepto al México por venir, ese México encarnado en sus jóvenes.

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En el año 2008, un equipo de científicos de la Universidad de Osaka, descubrió una proteína que sirve para transmitir más rápido información visual del ojo al cerebro. Ese invento ha resultado clave para tratar enfermedades que producen ceguera y, lleva -en honor a la agilidad de Pikachu-, el nombre de Pikachurina. Deseo grandes dosis de Pikachurina para todos nosotros, porque como les digo a mis estudiantes hay que ejercitarse en la metodología de los thunder cats, cuando Leono, su líder, levantaba su espada y gritaba: Espada del augurio, déjame ver más allá de lo evidente.


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